Por Arisbel Garay

La NOM 051 de etiquetado para alimentos y bebidas no alcohólicas preenvasados, que entró en vigor este 1 de octubre, ha sido tema de conversación desde hace más de un año, debido a dos factores clave: la relación que la autoridad sanitaria ha establecido entre ésta y la epidemia de sobrepeso, obesidad y diabetes en la población mexicana, así como su impacto en la industria de alimentos y bebidas, que agrupa a las grandes compañías de consumo y a las pymes que comercializan sus productos en cadenas de autoservicio.

Entre los que presentan argumentos a favor y en contra de la nueva regulación, las posiciones se han polarizado, como queda de manifiesto en sus declaraciones a los medios de comunicación que han dado cobertura a la historia y en los distintos foros en los que se ha discutido el tema.

Por un lado está la Secretaría de Salud, que señala esta medida como un paso contundente para hacer frente al grave problema de sobrepeso, obesidad y diabetes en México, lo cual ha sido respaldado por organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales como la OMS, la OPS, la FAO y la Unicef.

En el otro extremo, el sector empresarial indica la falta de información nutrimental detallada y basada en el tamaño de las porciones en el etiquetado frontal, lo cual impide al consumidor tomar decisiones plenamente informadas, y la “satanización” de la industria de productos procesados, cuyas propuestas no fueron tomadas en cuenta en la creación de una estrategia integral que incluyera recomendaciones de actividad física e información nutricional, para contribuir al combate del problema de salud de fondo.

Más allá de estas posiciones, hoy la norma está vigente y las marcas de alimentos y bebidas sujetas a la nueva regulación se enfrentan al reto de aprovechar al máximo su ecosistema de comunicación para mantener la preferencia de sus consumidores y brindarles información responsable, de manera que sean ellos quienes tomen la decisión que mejor se adapte a su estilo de vida.