Por Brenda Morales

Alguna vez en uno de los tantos entrenamientos de medios impartidos en PRP, preguntó uno de los participantes: ¿Cuál es el mejor momento para trabajar en el personal branding? Y la respuesta fue muy simple: cuando se desarrolla la consciencia del valor que implica distinguirse de los demás y crear percepciones positivas sobre el desempeño, el profesionalismo, la manera de ser, de conducirse. Estas acciones en conjunto van conformando una reputación y reconocimiento en los círculos donde cada quien se desenvuelve.

A lo largo de la vida, todas las personas van construyendo una marca personal, que se define como la identidad, es decir, como aquel cúmulo de atributos que las hace diferentes o identifican con un grupo específico. Las características físicas o de personalidad, el estilo de comunicación, los comportamientos y la forma de relacionarse son algunos de los “datos” que ofrecen continuamente los individuos a quienes les rodean para que, a partir de sus juicios y valores, construyan su propia percepción.

La gestión del personal branding en la vida laboral y más cuando se tiene la responsabilidad de ser el vocero corporativo, tiene que ser motivo de atención y trabajo continuo. Sólo así se logrará una verdadera influencia y credibilidad en los públicos que se interesa impactar. Lo que se dice y cómo se dice; la forma de actuar y la comunicación no verbal; la apariencia y los valores deben ser congruentes con la organización que representa.

La actuación del vocero corporativo es determinante para lograr un vínculo positivo con la sociedad y con todos los sub públicos que interesan a una corporación, de ahí la importancia de encauzar su imagen para promover un diálogo eficaz y comprometido que de espacio a la retroalimentación y a un tipo de comunicación participativa y hoy, cada vez más crítica, de todos los actores.